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viernes, 14 de junio de 2013

Por una cultura para todos



Ponencia de la Dra. Liliana Lolich en el 
"I Foro por la Cultura de Bariloche" desarrollado en la Sala de Prensa de la Municipalidad el 6 de junio de 2013.
Para ampliar figuras, click en la imagen elegida.







La preocupación de la comunidad de Bariloche sobre el estado de abandono en que se encuentra el Salón Cultural de Usos Múltiples (SCUM) nos motiva a reflexionar sobre las políticas culturales a escala local. Para ello, una breve reseña sobre la ocupación de un predio de la ciudad nos introduce en el tema de la evolución (¿o involución?) urbana, a pensar cómo maltratamos a nuestra ciudad y a preguntarnos: cultura… ¿dónde estás?

El predio donde está localizado el SCUM es un cuarto de manzana (solar) ubicado en la esquina de las calles Moreno y Villegas, en pleno centro de la ciudad. Imágenes de principios del siglo XX que se cuentan entre los registros más antiguos de la actual planta urbana lo muestran como un predio baldío con límites poco definidos mientras que una postal del año 1920 evidencia un mayor avance en la consolidación urbana, con nuestro predio ocupando el centro de la escena y el antiguo Banco Nación con su
característica cúpula hexagonal recortada contra el lago. En esa época, ya aparece marcada la diferencia entre calle y parcela, la cual está cercada y con dos construcciones. A la derecha, una fotografía reciente muestra la misma esquina con el SCUM y el paseo de artesanos, cubiertos de nieve.


Volviendo a la década de 1920, encontramos que durante sólo seis
años funcionó, en este predio, el Sport Club Bariloche. Aparentemente, se usó una de las construcciones preexistentes como sede social mientras que contra
el límite oeste se construyó un gran frontón en madera, para la práctica de pelota paleta que se distingue en la imagen inferior. Al fondo, nuevamente el antiguo edificio del Banco Nación.









El Sport Club fue reemplazado por la oficina de Tierras y Colonias, construida en madera por Primo Capraro en 1928 y a la cual se accedía desde calle Villegas.  En 1940 fue trasladada con yuntas de bueyes a su actual desplazamiento en calle Morales esquina Elflein.  En el año 2001 fue declarado Monumento Histórico Nacional





El terreno fue liberado para construir, en 1940, el edificio del Mercado Municipal que cubrió, durante treinta años, las necesidades de abastecimiento del centro de la ciudad. Aun hoy los barilochenses lamentan su demolición.  Con ello se perdió un importante edificio con evidentes condiciones para ser refuncionalizado como Centro Cultural.

A fines de la década la Municipalidad realizó un proyecto de plaza pública integrando los fondos de las galerías comerciales existentes con la finalidad de facilitar la circulación peatonal por el interior de la manzana, vinculando el predio con las calles Mitre y Quaglia, potenciando, desde el municipio, la materialización del “corazón de manzana” previsto en el Plan Director Urbano. Proyecto que, finalmente, quedó trunco.



Diez años después se construyó el Salón Cultural de Usos Múltiples (SCUM) como obra provisoria que postergó la presión de los artistas de Bariloche en sus demandas por espacios para sus actividades. Como suele ocurrir con lo provisorio, también sirvió para retirar el proyecto de un Centro Cultural de la agenda política durante treinta y tres años. Pese a su precariedad fue, por mucho tiempo, el lugar más adecuado (por ser el único en cuanto a ubicación y tamaño) para realizar exposiciones y eventos culturales. Tiempo después, nuevas construcciones ocuparon la plaza, dando lugar al actual “Paseo de los Artesanos”.









La acumulación de ceniza volcánica sobre los techos como consecuencia de la erupción del complejo Caule-Puyehue (04.04.2012), provocó un debilitamiento estructuralque motivó el cierre del SCUM. A dos años de ocurrido, el estado de abandono del más importanteespacio destinadolas expresiones culturales de la ciudad nos mueve a replantearnos el papel que juega el patrimonio arquitectónico en nuestra comunidad.





En el año 2010 se realizó un concurso de anteproyectos para la construcción de un nuevo SCUM, Feria Artesanal y estacionamiento subterráneo. Seguimos sin saber qué destino tendrán esas propuestas.



Es sabido que la definición de cultura admite variadas interpretaciones, siempre vinculadas a lo ideológico y social. Por ello consideramos necesario hacer la aclaración de nuestra predilección por una cultura inclusiva, de todos y para todos, que no excluye, pero supera y 
 trasciende a la tradicional concepción de “cultura de elite”. Cultura entendida,  fundamentalmente, como reafirmación de la independencia política, económica  y social de los pueblos.
Lo anterior nos remite a nuestra pregunta sobre el rol del patrimonio
 en nuestra ciudad, como construcción y consolidación de nuestra identidad.

Desde la apariencia física podemos decir que una ciudad está constituida por espacios abiertos (calles, plazas, paseos) y edificios. Pero una 
ciudad es mucho más que eso: es un complejo proceso de construcción social en permanente desarrollo, dejando huellas significativas que contribuyen a consolidar el sentido de pertenencia a un lugar. En esto nos remitimos a lo que antiguamente se entendía por “querencia” y que contribuye a relacionarse
afectivamente con un lugar, a generar compromiso y solidaridad social, a la adopción de actitudes positivas y colaborativas con las problemáticas  compartidas.


 En cuanto a los edificios que integran la ciudad, consideramos importante advertir que la arquitectura no es sólo una forma física, una cáscara que envuelve una serie de espacios interiores. La arquitectura, como arte socialmente comprometido, es, básicamente, diseñar y construir  espacios, otorgándoles significado. Rescatamos, entonces, no sólo la forma arquitectónica sino también su contenido, cargado de valor simbólico, porque no es ajena al uso que se hace (y se hizo) de ella. Es aquí donde entran a jugar el patrimonio arquitectónico y el patrimonio urbano y la importancia de su preservación como testimonios, como lugares de memoria que nos permitan “aquerenciarnos” como personas y como sociedad.




Pero… ¿qué hace Bariloche con su patrimonio? Como parte del Plan Director urbano que mencionamos antes, se constituyó una comisión municipal para el cuidado del patrimonio arquitectónico que dejó un legado  de ordenanzas y medidas preventivas. Años después, un convenio interinstitucional permitió concretar un inventario mediante el fichaje sistemático de patrimonio arquitectónico y urbano que fue publicado en dos libros (1989 y 1993), el segundo de los cuales incluye el primer registro de un poblado  histórico (Colonia Suiza). La tarea se complementó con una ordenanza que permitió reflotar aquella primera comisión (ad-honorem), integrada por
 representantes institucionales.

Pese a esos recaudos, son numerosos los casos que se encontraban protegidos y que fueron demolidos sin que se le diera a la comisión la posibilidad de gestionar o negociar su preservación o traslado, 
en el caso de construcciones de madera. La foto muestra la demolición de la vivienda Sánchez construida c. 1910, uno de los pocos testimonios que quedaban relacionados con la historia de Primo Capraro (registro de inventario
R-8400-E.12). Para colmo, muchas de estas obras no se demuelen para dar lugar a mejores edificios dentro del proceso de renovación urbana. En este caso, el terreno se usó para playa de estacionamiento y en la actualidad es un baldío.



Sin dar intervención a la comisión de patrimonio se demolió el 
 antiguo edificio del Automóvil Club Argentino (ACA) cuyo valor patrimonial trascendía lo local por ser obra del Ing. Arq. Antonio Ubaldo Vilar, cuya producción arquitectónica ha sido reconocida a nivel nacional. La obra era  valiosa no sólo por su singularidad sino también por integrar la serie de edificios que se construyeron cuando se abrió la avenida costanera, como 
 modelo de la ciudad que se pretendía en la década de 1940, de la mano de la gestión del Dr. Bustillo al frente de Parques Nacionales.
Pese a la campaña iniciada por la comisión de patrimonio y sus gestiones realizadas ante directivos del ACA, fue imposible evitar la pérdida de tan importante obra y su reemplazo por un gran techo plano como imagen impuesta por el marketing empresarial. Así, las marcas logran imponer su identidad sobre una ciudad que descuida la identidad que le es propia.



 El municipio se ha resistido durante más de treinta años a incorporar a su política urbana el trabajo realizado para seleccionar y registrar  el patrimonio arquitectónico y urbano. Desconociendo también la existencia  de la comisión ad hoc se modificó la normativa de sectores completos de la ciudad que se destacaban por su paisaje urbano. Es así como hoy estamos  asistiendo a la progresiva transformación del barrio Belgrano con lo cual ya no  sólo ha desaparecido la casi totalidad del patrimonio pionero sino que están  desapareciendo testimonios aun más recientes y de alta valoración turística  con la única justificación del evidente negocio inmobiliario. Así, la ciudad  pareciera avanzar en un proceso de autodestrucción de su memoria histórica, de sus significados, valores y atractivos, por ende, de sustentabilidad.




 El Centro Cívico, como obra más emblemática y representativa de Bariloche, no queda ajeno en este proceso de involución urbana. Para comprender su importancia es necesario considerar, como señaláramos antes,  su valoración simbólica y social. El Centro Cívico es mucho más que una postal  para vender a los turistas. Es por todos conocida la significación de su plaza como espacio convocante tanto para la celebración como para la manifestación y por más esfuerzos que se pretenda hacer para alejar esta última, tan poco  conveniente a la promoción turística, seguirá siendo el lugar elegido debido a  su fuerte impacto mediático. 
Es, en ese sentido, nuestra Plaza de Mayo local.


Sin embargo, y a pesar de poseer una declaratoria de Monumento  Histórico Nacional, en el año 1998 y de la mano de María Julia Alzogaray, los  barilochenses nos vimos sorprendidos con la noticia de que Bariloche había  sido designada “Capital Cultural de la Patagonia” y que la sede sería el Centro  Cívico refuncionalizado como Centro Cultural Ambiental. Como parte de la  estrategia de gestión, se utilizó la avidez de los artistas locales por contar con espacios adecuados obteniendo rápidamente su adhesión al proyecto. Pese a  ello, la Audiencia pública ad-hoc puso en evidencia la firme oposición de otros  sectores, aunque no fue ello lo que frenó el proyecto sino la destitución de la funcionaria nacional. 
Sin embargo, con algunas modificaciones, la idea de  refuncionalizar el Centro Cívico sigue latente.

El vocablo “refuncionalizar” significa, en términos patrimoniales,  “asignar una nueva función” y, en conjuntos de tan alta valoración como el  Centro Cívico, se admite sólo cuando la obra ha quedado en desuso, está abandonada y sólo es posible preservarla asignándole una nueva función 
 que permita volver a activarla social, cultural y económicamente como se hizo, por ejemplo, en Puerto Madero. Pero, nuestro Centro Cívico está en función y buena parte de sus interiores sigue sirviendo para el uso previsto originalmente.



La refuncionalización prevista ha sido concebida teniendo en cuenta la  arquitectura sólo como forma exterior, como envolvente, como envase sin contenido. Plantea la demolición de espacios interiores (destrucción como patrimonio material) con lo cual los nuevos espacios no resultan ser los más  adecuados para el uso que se les pretende dar (profuso aventanamiento, circulaciones estrechas, techos bajos). Ese no es el camino para resolver la necesidad de un centro cultural. En cambio, es el camino hacia la destrucción material de ese valioso patrimonio. Pero también destruye su integridad como patrimonio inmaterial, es decir, como 

 contenedor de significados simbólicos. De consumarse ese proyecto, llegará un 
 momento en que hasta el nombre, signo primigenio de identidad, perderá todo  sentido y significación.

No siempre el uso como espacio cultural (entendido como salas  de exposiciones, auditorios o similar) es el mejor uso. El proceso de cambios  de funciones que ya se ha venido dando en el Centro Cívico ha producido  un progresivo vaciamiento material y simbólico. Aquel proyecto de 1998 fue acompañado con el desalojo del correo, restándole dimensión social al uso del espacio pues el correo era la actividad que mayor afluencia diaria  producía durante la mayor parte del día. Una idea posible encaminada hacia  la actualización de los usos sería, por ejemplo, que el municipio le alquilara  ese espacio a los correos privados actuales para que instalaran sucursales,  restituyendo, así, una función original.  Mucho antes se había desalojado al Registro Civil. Considerando que el  gobierno provincial sigue ocupando una parte de los edificios, podría acordarse  un convenio que permita que los casamientos se sigan celebrando en el Centro  Cívico. Otros espacios, en cambio, podrían ser convertidos en pequeños  museos de época, como espacios de memoria del Bariloche de la década de  1940. Pocos recuerdan que en estos edificios funcionó una confitería y que su  rehabilitación aun es posible. Vale decir que estamos frente al desafío de dinamizar el conjunto histórico,  resignificándolo con atención a la memoria histórica y social y conservando las  funciones que le dan razón de ser. Para ello, sólo hacen falta pequeños gestos  entendiendo que, en casos como este, la menor intervención es siempre la  mejor.  Estamos a tiempo de evitar la reiteración del error de innovar a expensas de la  
destrucción de experiencias exitosas (como vimos en los casos del ACA y del  barrio Belgrano) y de promover políticas que permitan desarrollar otras áreas  urbanas generando nuevas oportunidades para los sectores más relegados de  nuestra población.


 Si coincidimos en el desacierto de convertir al Centro Cívico en  Centro Cultural, queda pendiente la resolución de la ineludible necesidad de  otorgar los espacios que los actores culturales y toda la sociedad demandan.  Resulta inconcebible que una ciudad de la envergadura de Bariloche siga  pensándose en base a parches y obras provisorias. Por ello proponemos cerrar  el tema preguntándonos si es posible conciliar la cultura con la política urbana. 








 Una propuesta alternativa es construir no sólo un centro cultural en el centro (SCUM) sino también muchos centros culturales barriales (en este  sentido, recomendamos ver el caso de Medellín, en Colombia)

Un buen antecedente muy precursor fue la creación, en 1984,  de la Escuela de Arte La Llave, donde se conjugaron política urbana y  cultura, demostrando que todos los grupos sociales tienen derecho a acceder  libremente a la cultura.

 Desde el derecho a la cultura llamamos a fortalecer el poder local  promoviendo los centros barriales y patrimonializando desde las escuelas y  desde los barrios como el camino hacia un mayor compromiso y participación  social. Proponemos, también, que la preservación del patrimonio arquitectónico  y urbano sea incorporada a la agenda política, institucionalizándolo como área  integrada a medio ambiente y planeamiento urbano, dentro del organigrama municipal.

 







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