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miércoles, 26 de enero de 2011

Muerte de un Presidente

Me dirán que ya no era Presidente. Que era ex-Presidente. Aparte de que lo de ex -, (ex - bombero, ex – médico, ex - general) me resulta literariamente, estéticamente  desagradable, pienso que contiene un error. Uno nunca deja de ser lo que ha sido. A lo que hemos sido, todos le vamos sumando otros seres. No me disgusta que me digan exalumno, porque en ese ser se revela un origen, una cultura.

Creo que la tan rigurosa cultura anglosajona mantiene los títulos aún luego de que la función cesa porque comprende muy bien lo que estoy diciendo. Una vez Rey, siempre Rey, dicen los ingleses. Y en muchos otros países, a los presidentes, senadores o diputados se los sigue llamando así hasta que se mueren.

Entonces, para mí, murió un Presidente.

En la Argentina hemos tenido presidentes de toda laya, y conste que de ahora en adelante solo me referiré a los constitucionales. Los otros fueron otras cosas.

Los hubo importantes, que definieron épocas. Los hubo deleznables. Y los hubo extraordinarios, que se fueron de lo ordinario, de lo habitual, incluso de lo que se esperaba de ellos.

Yo lo voté a Kirchner, conociéndolo muy poco. Qué otra cosa podía hacer, conociéndolo muy bien a Menem, y viendo la pobreza franciscana de las otras candidaturas (¿alguien recuerda quienes fueron?) Además, por si no lo saben, soy peronista, y no de ahora.

Y de ese apoyo tibio inicial, pasé al asombro ante la catarata de acciones que este flaco desgarbado, falto para mí totalmente de elegancia y carisma, fue tomando a un ritmo de vértigo.

Ejerciendo el poder de Presidente de esta República, que es, casualmente una República fuertemente presidencialista. Tengo amigos que ponen mala cara ante el poder. Pero visto que nuestro país es así, que nuestra constitución es así, me permito recordarles aquella vieja máxima de que lo peor que se puede hacer con el poder es no ejercerlo.

Kirchner lo ejerció según nuestras leyes, que a algunos no les gustan tanto, pero que son las que, democráticamente, nos rigen. Y lo ejerció cambiándonos la vida.

En diversas notas de los diarios se han enumerado los cambios, las decisiones, las acciones.
Alguna de altísimo valor simbólico, como la bajada del cuadro de Videla. Y otras nada simbólicas y de un vigor concreto tan enorme que fue hasta difícil percibirlo. Y lo digo recordando cuando, en la reunión de Mar del Plata,  le plantó en la cara al mismísimo Bush la oposición a nuestra incorporación al ALCA.

Murió un presidente. Un presidente cuya gestión marcó un antes y un después.

Nos quedó una Presidenta de la que pensé, en aquel momento conmocionante en que escribí esto, que si la ayudábamos como seguramente le iba a hacer falta, podía continuar esta construcción. En estos tres meses sin el flaco hemos tratado, quien más, quien menos, de acercarle algún apoyo. Pero los siniestros intereses que la enfrentan, tal como se suponía, no se la hicieron fácil. Sin embargo Cristina está demostrando que, además de la inteligencia y el compromiso que ya le conocíamos, tiene más motor que una Ferrari de Fórmula 1.

Jorge Oscar Marticorena