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domingo, 9 de junio de 2013

Murió Videla



Murió Videla

Jorge Oscar Marticorena



Me ha llevado todo este tiempo decidirme a escribir algo sobre la muerte de este tipo.

Hace un rato me he paseado por el número de Página 12 del día 18 de Mayo. Las notas son muy buenas, algunas realmente profundas, y tengo la sensación que dejan muy poco por decir sobre la noticia. Sin embargo, difiero un poco en la descripción, muy breve en realidad, que hacen de la personalidad de este hombre.

José Pablo Feinman, en La Sangre Derramada (1), libro que empecé a leer hace poco, sumándolo a otros dos libros suyos que leo “en simultáneo”, hace un análisis de la personalidad de este tirano. Encuentra en él rasgos que solían encontrarse en la alta oficialidad de las fuerzas armadas. Según Feinman, el auto sacrificio y el coraje silencioso son concepciones militares de la existencia que Videla incorporó con total lucidez. Era un hombre seco, dispuesto siempre al extremo sacrificio por la grandeza y la seguridad de la patria. Supongo que características como estas debían originarse en la educación que recibían en los Liceos y Colegios de las tres armas y, a continuación, en los adoctrinamientos sucesivos que marcaban y condicionaban su progreso en la carrera, de manera tal que quienes se mostraban críticos a ese conjunto de ideas, iban siendo dejados de lado en los ascensos hasta que se retiraban o eran retirados.

El rechazo al pensamiento crítico fue una característica fuerte de los militares de esas épocas. Alguno llegó a decir, en los años de Ilia, que la crítica es la soberbia de los intelectuales. La convicción, tan insistentemente expresada, de que las Fuerzas Armadas son la reserva moral de la Patria, alcanzó la categoría de slogan.

Claro, la disciplina, la obediencia que deja las críticas para otro momento, es imprescindible en una situación de combate. Pero tanto antes como después, los análisis críticos objetivos son vitales.

El mismo Videla formó parte de una Junta Militar, donde seguramente se discutieron las terribles estrategias que se aplicaron. Y Videla aprobó, obedeció y fue el ejecutor de esas estrategias.
Con toda la dureza. Con toda la frialdad. Lacónico en el rechazo de los pedidos de clemencia, explicando muy pocas veces el motivo de su negativa. Porque, según la costumbre militar, las órdenes están para cumplirlas, no para ser explicadas.

Todo esto se ha calificado de inhumano. No estoy de acuerdo con esa calificación. La historia está saturada de acciones inhumanas. Pienso que las acciones de los hombres, por horribles que sean, son acciones de nuestra especie. Dadas ciertas condiciones, muchos hombres llegan a proceder así. Otros no, nunca.

¿Por qué esta diferencia?
No lo sé. Quizá no haya una única respuesta. Quizá cada caso solo pueda explicarse como caso particular. No es un tema fácil de entender, y por lo tanto no es fácil de prevenir.

Desde un punto de vista cristiano, las faltas pueden redimirse, si quien las cometió reconoce su responsabilidad, pide sinceramente el perdón y se esfuerza en reparar el daño. Videla, obstinadamente, no lo hizo. Y yo creo, disintiendo con Feinman que procedió así porque, en el fondo, no tuvo el coraje de reconocer sus faltas, sus crímenes.
Era un cobarde. No pudo superar el terror de afrontar la catástrofe individual, íntima, que imaginaba caería sobre él si reconocía los horrores de los que era culpable. 

Ese miedo ha sido su infierno.

Y pienso que lo tiene bien merecido.


(1) José Pablo Feinman: La Sangre Derramada . Ensayo Sobre la Violencia Política. 1998 Ed. Booket






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