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domingo, 15 de abril de 2012

Día de la Memoria II

Contribuciones de compañeros del Espacio Carta Abierta Bariloche al Homenaje a los ex alumnos del Instituto Balseiro desaparecidos o asesinados por la dictadura cívico-militar (1976-1983)


El Centro Regional Bariloche, de la Universidad Nacional del Comahue, abrió sus actividades a fines de 1972. En sus comienzos fueron notables los esfuerzos de esta nueva comunidad universitaria por desarrollar un proyecto amplio y serio de trabajo. Se buscó incorporar a la línea de las “Ciencias Exactas”, presente en la historia pre-universitaria, aportes de otras áreas del conocimiento, y en esta dirección, por ejemplo, se concretó la participación de un equipo de Antropología que, bajo la dirección de Guillermo Rubén, pudo iniciar un interesante trabajo de investigación. Eran tiempos de entusiasmo, esfuerzo, voluntad organizativa…y en esa efervescencia creativa, recuerdo vívidamente la participación de Tarchitzky y de Elena Sevilla. Ellos venían de las Ciencias Exactas, pero en esa oportunidad nadie defendía “su quinta”, y todos deseábamos poner el hombro en un proyecto común. Entre mucha otra gente, recuerdo especialmente a Manuel y Elena. 

Vino luego el desastre: la persecución, el miedo, la agresión, la destrucción generalizada. La vida del Centro se transformó en la débil latencia de ciertos rituales académicos. Costó a la Institución, y nos cuesta a los argentinos levantar cabeza desde ese lugar de tanta brutalidad. Hoy, felizmente vivimos otros tiempos, pero mi compañero Tarchitzky no está. Fue asesinado en uno de los tantos “enfrentamientos” fraguados de los que se valieron los represores, y en la cuenta engrosó el número de aquellos a los que se designó como “desaparecidos”. Seguramente los responsables del terror tuvieron la ilusión de que “desapareciera” de la Argentina toda una fuerza vital, pensante, activa en la pelea por una sociedad mejor. Fracasaron. Tarchitzky, como tantos otros, nunca “desapareció”, nunca al matarlo pudieron “borrarlo” y sigue activo, muy presente en la memoria y el corazón.

Hoy, con aún mucho dolor, me sumo con mi testimonio al homenaje en el que se evoca su trayectoria entre nosotros.



Ana Mari Pérez Aguirre











Susana Flora Grinberg, Eduardo Alfredo Pasquini y Manuel Mario Tarchitzky

Los conocí a los tres. 
Con Susanita fue con quien más contacto tuve. Mucho menos con el Tarcho, a quien vi, junto con Susana, en uno de mis breves viajes a Bariloche en los años 70, antes del golpe. Lo recuerdo como un joven inquieto, inteligente, muy interesado en la política. Tenía ya entonces lo que después llamaríamos una pinta peligrosa. Pelos largos y revueltos, un anorak (buzo de loneta con capucha, sin nada debajo)… sospechable fácil para los servicios y la cana de esa época. De Pasquini tengo un recuerdo lejano, de mi época de apolítico despistado. 

En ese encuentro recuerdo que, al mencionar a Franz Fanon y su Condenados de la Tierra, que fue mi libro de cabecera en esos años, ellos me hablaron de su sorpresa al ver que un hombre del sistema, como yo aún parecía ser, hubiera leído esa obra. 

Nos encontramos en unas cuantas reuniones políticas en Buenos Aires. Me contó, con ese su hablar medio arrabalero, de su visita a Cuba. Como antes de la asunción de Cámpora mi tarea de militancia era realizar proyecciones clandestinas de La Hora de los Hornos, la invité a una. 

Cumpliendo con las normas de seguridad de entonces, nunca nos dijimos cómo ni donde militábamos. Pero percibí muy claramente que coincidíamos en el objetivo revolucionario y en el planteo de la necesidad del regreso de Perón al país. Las tormentas de nuestra Historia nos separaron y recién al volver del exilio supe de estas muertes, así como de tantas más. 

Todo esto es la anécdota, necesaria quizá para explicar este dolor que hoy compartimos por la pérdida de todos estos amigos y compañeros. De tanta gente valiosa a la que hoy necesitamos, y que en el futuro próximo nos seguirá haciendo falta. 

Personas inteligentes, sin duda. Pero además, y esto es lo más importante, gente con amor por nuestra gente, con hambre de respeto y justicia para nuestra gente, con ansias de libertad para nuestro país. 

Con ellos, y todos los demás, que en realidad no sabemos exactamente cuántos fueron, pero que simbolizamos con el número de 30.000, compartimos una voluntad redentora. Ellos sufrieron una muerte terrible, una crucifixión, por parte de quienes se no querían la redención. 

Creo que a nosotros nos queda la tarea de seguir trabajando con aquellos objetivos. Sin odios, porque el odio daña solo a quien lo siente, y hace más difícil la construcción. Pero con todo el amor que seamos capaces de sentir por quienes necesitan de esa tarea.


Jorge Oscar Marticorena


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