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sábado, 30 de abril de 2011

"Contribución a la memoria: vivir en Bariloche durante la dictadura" por Anamari Pérez Aguirre, 19 de marzo de 2011



Al aproximarse el 24, día de la Memoria Activa, surgió en nuestro grupo la idea de proponer a los compañeros que nos cuenten qué recuerdan de esos días en Bariloche, donde también pasaron cosas... Este escrito de Anamari es el primer testimonio recibido.

Mis recuerdos de la época de la dictadura son muchos, variados y, aún hoy, lacerantes. A pesar de haberlos gestado personalmente, no son “míos”, involucran directa o indirectamente a gente querida. Por eso me siento identificada con muchos relatos pronunciados, y concretar uno desde mí me resulta difícil, hasta mezquino. Para aportar a la memoria colectiva voy a traer un episodio que me parece notable de esa época. Siento que no solo se mató y se torturó gente, sino que se torturó y se intentó matar una cultura de apertura, de ejercicio de libertad intelectual, de estímulo al pensar, a disentir, a argumentar…
Así fue. En los años 60 yo era alumna de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Cursaba la carrera de Ciencias de la Educación pero en un medio en el que la libertad de pensamiento, la creatividad, el impulso y la pasión intelectual eran experiencias cotidianas. En esos tiempos me cruzaba en los pasillos de la facultad con Borges; estaba Gino Germani abriendo territorio sociológico; Mario Bunge nos ilustraba con “La Ciencia, su método y su filosofía”; Eggers Lan nos impactaba con sus clases apasionadas sobre Platón; en Psicología se enfrentaban Ostroff y sus compañeros del Psicoanálisis con Itzingson y Antonio Caparrós; el Cefyl (el Centro de estudiantes) publicaba interesantes textos y apuntes… Eran instituciones fecundas los bares de alrededor, donde en cada mesa aparecían en ebullición discusiones sobre Marx, Sartre, Nietzsche; hablábamos con admiración de la Antropología Cultural; nos hechizaban los Beatles…y tantas cosas. Unos jóvenes amigos administraban una editorial, Proteo, que sacó muchos títulos importantes, estaba Paidós, el Centro Editor de América Latina fue un magnífico ejemplo de extensión cultural. Las circunstancias políticas nos llamaban a la acción, y muchas veces en frentes diferentes éramos partícipes de importantes movilizaciones. Fue el caso de la discusión “laica-libre”, que aún sigue con aristas sin resolver. Creo que en un clima de libertad, las expresiones de compromiso político resultan positivas. Pero el clima nacional cada vez más enrarecido fue acorralando la participación de los jóvenes, y organizando y asegurando la domesticación del ciudadano.
En 1970 cuando me instalé en Bariloche, mi biblioteca personal era muy extensa y variopinta. En los kioscos de esos tiempos se podían comprar en ediciones baratas buenos libros de filosofía, política, literatura clásica y popular. En los estantes de mi casa cohabitaban la Biblia, Teilhard de Chardin, Bakunin, Marx, Lenin, Trotsky, Prudhon, Sartre, Russell, Tolstoi, Sarmiento, Alberdi, Monteagudo, Freire, Galeano. De repente todo esto se tornó peligroso. En Bariloche los cernícalos (como los llamaría mi padre) requisaron la librería que un alemán, que no me acuerdo como se llamaba, tenía en la calle Mitre. Era bastante buena. En esa oportunidad se llevaron, se decía a sotto voce, “hasta Caperucita Roja”, y el dueño estuvo en apuros. Toda literatura, incentivada la situación por la ignorancia de esa gente, era un riesgo de persecución irracional extrema, más cuando uno era identificado “cercano a subversivos”. Había que deshacerse de todo material comprometedor.
Yo, como muchos, y en mi caso acompañada por mi esposo que compartía mis intereses y mis angustias, nos abocamos a hacer desaparecer todo lo que pareciera sospechoso, todo. Borramos o arrancamos de cada libro cualquier señal que pudiera identificarnos, y los envolvimos lo más cuidadosamente que pudimos. Con nuestra preciosa carga fuimos al bosque del Otto, que estaba detrás de nuestra casa y enterramos los paquetes. Fueron momentos para mí de llanto acongojado. Marcamos el lugar con la esperanza de volver algún día a recobrar ese material tan valioso, real o simbólicamente, para nosotros.
En esos tiempos yo transitaba las calles de Bariloche con rencor, por momentos con odio. Me cruzaba con personas “decentes”, “bien pensantes” que explícitamente o no, se mostraban muy satisfechas de estas políticas que traían “orden” y “civilización cristiana” al país. Yo sabía, y me sentía desgarrada por exilios, desapariciones, noticias de torturas y muerte. A esas personas tampoco mis libros, nuestros libros, les importaban absolutamente nada.
Cuando volvió la democracia con Alfonsín, fuimos con mi marido al bosque. El lugar estaba irreconocible. La extensión urbana multiplicó las viviendas en la zona. Seguramente algún vecino tendrá en los cimientos de su casa los restos de una biblioteca dolorosamente abandonada.
Ahora siento que estamos transitando otros tiempos de esperanza…
Anamari Pérez Aguirre

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