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sábado, 18 de junio de 2011

Segunda Carta Abierta : Una postal de la violencia.


El problema:
El 20 de junio de 2010, se realizó en Bariloche una marcha en apoyo de la policía. Fue apenas unos días después de que esa misma policía asesinara a tres jóvenes en nuestra ciudad. Ese día eran los héroes de la jornada: marcharon entre aplausos y bocinazos. Hubo un Bariloche que no dijo basta a la impunidad, sino que apoyó esa impunidad; que no se horrorizó con los asesinatos: los justificó; que no sintió que eran un “exceso”, un abuso, un despropósito, que no se entristeció ni se avergonzó de que esto sucediera en sus barrios: festejó… “uno menos”, se escuchó decir a algunos.
Tratamos de pensar qué significa este hecho. Lamentablemente en muchísimas ciudades de nuestro país ha habido casos de “gatillo fácil”. No en todas se han realizado marchas de estas características.
El análisis:
El neoliberalismo ha gobernado al país durante décadas trayendo de la mano políticas de despolitización –valga la ironía- y de desarticulación del Estado en su capacidad de pensar soluciones y llevarlas a cabo con eficacia y honestidad. En su otra mano trajo pobreza, desamparo, individualismo, carencia de ideas. Nos dejó a todos librados a nosotros mismos, algunos con más recursos -económicos, simbólicos, emocionales- y otros con menos. En su seno, el liberalismo trajo violencia, mucha violencia: pues no alimentó los lazos de solidaridad, la preocupación por el otro, la posibilidad de pensarnos como semejantes con quienes construir ya no como enemigos. En su seno trajo el modelo del farwest: o mejor, como plantea el filósofo Zygmunt Bauman (quién ofrece un espléndido cuadro de comienzos del nuevo siglo), se ha generado una trama de “evadidos solitarios huyendo de su propia prisión privada” sin comunidad, que siguen buscando un marco de contención, aludiendo claramente al proceso que hoy se conforma a partir de la cohesión surgida del miedo y del temor, como manifestaciones de la inseguridad y la falta de certezas. Todos contra todos: cada vez más armados y más defendidos.
Como dice Bauman, si no se vislumbra al enemigo real, siempre habrá alguien cercano a quién atribuir el origen de todo mal: así, podemos ver a un Bariloche “real” cuyo funcionamiento económico y social no alcanza a resolver las necesidades básicas de gran parte de su población: tenemos una comunidad cuya economía excluye y socialmente no ofrece soluciones, no da respuestas, no genera contención ni promueve políticas inclusivas.
La ciudad murmura algunos de sus enunciados fundacionales: afuera mapuches, afuera chilenos, afuera porteños. Hablamos de un Bariloche que en sus orígenes ha acogido nazis. (Así el “uno menos” no puede dejar de traer reminiscencias siniestras…). Este Bariloche que se quiso “la Suiza Argentina” es una ciudad muy distinta de la postal que vende: se encuentra llena de contradicciones, de extremos, de violencia: una ciudad que diariamente con la venia de sus dirigentes locales y provinciales, tiene una clara política de proteger a algunos y desproteger a otros, (por lo que se termina desprotegiendo a todos). Si lo analizamos desde al ángulo de la seguridad: “libera” algunos barrios “para que se maten entre ellos”. Allí la política es que la policía no entre, no intervenga. Todas las semanas hay denuncias por apremios ilegales, por torturas dentro de las comisarías: estos distintos modos de la impunidad ¿no generan acaso, dolor, resentimiento y por lo tanto mayor violencia?
A partir de los sucesos del 17 y 18 de junio se han escuchado acrecentadas críticas a los organismos de Derechos Humanos: que defendían a los pobres y a los delincuentes y que no decían nada cuando se trataba de crímenes de “buenos vecinos”.
¡Pensemos! no hay asesinatos de “izquierda” o de “derecha”, no vale menos la vida de un joven chorro que la de un joven abogado: los organismos de DD HH trabajan para que haya un Estado que garantice la igualdad ante la ley, que garantice la justicia, que garantice una ética: una ética que nunca puede ser la de la violencia y de la muerte. Como claramente dice Pedro Nikken: es el Estado el responsable de respetar los DDHH, garantizarlos o satisfacerlos y por otro lado, en sentido estricto, solo él puede violarlos, por ello, la muerte a manos de la policía, es una violación de DDHH, el Estado no puede matar. En este sentido, las ofensas y atropellos a la vida y a la dignidad de las persona pueden tener diversas fuentes, pero no todas configuran, técnicamente, violaciones a los derechos humanos.
Debemos pensar el problema a partir de la lógica de la legalidad y la justicia: no hay asesinatos justos. Pensar que la policía puede matar porque los chorros matan, no deja de ser una versión aggiornada de la teoría de los dos demonios: una fuerza que mata porque hay delincuentes que matan. Los modos de solución de estas contradicciones sólo pueden basarse en políticas que impliquen inclusión a través del trabajo, la educación, espacios de la cultura, a través de la generación de una sociedad más justa, no violenta, imbuidas de un espíritu ciudadano. En este sentido, se requiere de una policía que actúe dentro del marco de la ley, que pacifique, que ejerza una política de prevención, que busque el diálogo antes que la represión en los conflictos. Nunca la muerte. Nunca la tortura.
El negocio de la noticia policial genera un clima que realimenta permanentemente la sensación de terror. Se constituye como vocero ideológico pidiendo mano dura, aumentos de penas, la baja de imputabilidad. Mientras las causas reales, profundas, las responsables de propiciar políticas autoritarias se esconden a salvo en “concienzudos” análisis mediáticos. Es interesante escuchar a Eugenio Zaffaroni explicando cómo en realidad y más allá de lo que los medios repiten, el nivel criminológico en La Argentina es bajo con respecto a otros países latinoamericanos.
Creemos que estamos en un momento histórico en el que ciertos valores humanos vuelven a estar en el centro del escenario. En este sentido, no dejan de ser interesantes políticas como las de RENAR con su campaña de entrega de armas, que generan sino un efecto directo en el descenso de la violencia, un efecto simbólico quizás fundamental. O propuestas como las del Acuerdo para la Seguridad Democrática, que plantea que “una concepción integral de la seguridad implica tanto la prevención de la violencia física como la garantía de condiciones de vida dignas para toda la población”.
Habrá que generar nuevas políticas a partir de pensar con Marcelo Saín, que ha habido hasta ahora, una ausencia de políticas institucionales de carácter integral en materia de seguridad ciudadana, pensando en “instituciones de seguridad comprometidas con valores democráticos y el rechazo a políticas demagógicas e improvisadas, dirigidas a generar expectativas sociales en la eficacia de medidas abusivas que sólo agravan el problema y reproducen la violencia”.

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